domingo, 15 de junio de 2014

Barrio Brasil (segunda parte)

Eran alrededor de las tres de la mañana. Supongo que el tiempo pasa rápido, cuando uno se encuentra vomitando.
Como ya estaban ebrios, no me costó mucho convencerlos de que nos fuéramos del local. El plan, como de costumbre, era seguir tomando hasta morir. Empezamos a buscar una botillería. Increíblemente, en un sector que se dedica al carrete ¡no había botillería alguna a la vista!. Era como si el monopolio de los antros,impidiese que existiera alguna.


Después de caminar cerca de una hora. Más bien, de dar vueltas en círculos y aguantar que el plancha vomitara cuanto árbol se le cruzara por delante, nos topamos con un “supermercado”. 
No nos llamó la atención, que un super estuviera abierto a las cuatro de la mañana. Nos llamó la atención, la mierda de nombre que tenía. Se llamaba Linder. Que era el plagio obvio, de la marca de supermercados Líder. Entramos. Era el típico local, en el cual para reducir costos, todo se encontraba apilado y en cajas. Al final de un pasillo (que estaba mal iluminado y que olía a carne descompuesta), se encontraba un pequeño congelador. Fuimos hacia él. Cogí dos piscos. En sus envases se podía leer ” Vuela Alto”.


Nos dirigimos hacia la única caja que había. Antes que nosotros, estaban unas cuantas personas más. En su mayoría, era gente que venía a comprar algo para beber.
Inspeccioné el estado de los socios: el Plancha, estaba por vomitar. Y el resto, con suerte se mantenía en pie.
Les dije que sacarán al Plancha. Que el weón estaba a punto de vomitar, y que no me interesaba que me echarán del único lugar que vendía algo para tomar. Que afuera vomitará todo lo que quisiera, pero acá adentro no. Acto seguido, se fueron los tres.


No acostumbro a quejarme como marica. Y este caso, no fue la excepción. Tan solo fue un juego. Una excusa. Algo para sacarme de encima a los socios. Porque cuando inspeccioné la fila, mis ojos  se posaron sobre la cajera. No en actitud psicópata – o puede que en parte, sí-. Era la Scartlett. Un antiguo “amor platónico”… Mejor dicho, ella encarnaba todo lo que odiaba. Era la representación en carne y hueso, de la indiferencia. Fue la que me dio la bienvenida a la friendzone. ¡Maldita perra! 
Nuestro “último encuentro”, se reduce a: yo haciéndole un informe sobre el movimiento armónico simple en un resorte. Mientras ella, se revolcaba con un narco.
Ya de eso, harán sus tres años.


Llego mi turno. No me dirigió la mirada. Creo que no me reconoció. O puede que sí, y le haya dado vergüenza. Cuando me dijo el monto a pagar, hice como si no la escuchase. Para que se viera obligada a mirarme a la cara. Lejos, la peor decisión que podría haber tomado. Aun así, no me miraba a los ojos.
-Ah. Cristóbal, eres tú.
-Sí. Y ¿Qué es de tu vida?
-Todo bien. Luchando por conseguir mis sueños…¡¿Qué clase de pregunta de mierda es esa?! ¿Cómo crees que puede ir mi vida? ¡¿ No tienes ojos acaso?!. Trabajo 10 horas en un puto supermercado, atendiendo a gente como tú. Gente que viene a botar su dinero, en cosas que no valen la pena. Gente que se cree superior, por el simple hecho de pagar. Así que, hazme un favor y ¡págame  tus malditas botellas y lárgate de acá!


Llegamos a la plaza Brasil. Un lugar que en el día sirve para que los niños jueguen y en la noche, para que "inútiles" como nosotros,maten el tiempo. En fin,mientras el Plancha seguía vomitando, yo me puse a tomar una de las botellas de pisco.Mientras sentía que se me quemaba la garganta, me ponía pensar “cómo mierda era posible que entre todos los supermercados que atienden en la madrugada en Santiago, justo eligiese para trabajar, el más rancio. El que atiende a los borrachos. El que atiende a gente como yo”. Acabé la botella en unos cinco minutos. Una ira inmensurable recorría mis venas. ¿Quién se creía esta hija de puta, para venir a tratarme así? Supongo que no le había bastado con basurearme antes, que ahora lo volvía a hacer. Pero esto no se iba a quedar así. ¡Mis manos clamaban venganza!
Y en la condición en la que me encontraba, venganza iban a encontrar.


Me separé de los socios. Que a estas alturas, se encontraban tirados en distintos juegos de la plaza. Sin embargo,el imbécil del plancha había elegido el peor lugar. Se encontraba en un columpio, balanceándose de un lado para el otro. Provocándose más ganas de vomitar.
Me dirigí al supermercado, para llevar a cabo mi acto de justicia. No sabía cómo lo iba a hacer, pero algo se me iba  a ocurrir.
Llegué. No me atreví a entrar. Me quedé en el estacionamiento.Soy lo suficientemente valiente, para llevar a cabo un acto de justicia (según el punto de vista de un ebrio despechado). Pero lo suficientemente cobarde, como para no dar la cara.
El supermercado tenía unos ventanales gigantes y unos adoquines de concreto sueltos. Mejor combinación -para mí- está madrugada, no había. Tomé dos adoquines (uno en cada mano). Arrojé primero el de la derecha y luego el de la izquierda. El crujir de los vidrios, rompió el silencio de la madrugada. Al frente mío, estaba la Scarlett escondida bajo su asiento. Me quedó mirando a los ojos. ¡Por fin me estaba mirando a los ojos!
Solo atiné a decir:
- ¡¿Ahora me reconoces?!
-…
-¡Contesta! ¡¿Ahora me reconoces?!
-¡¿Qué te pasa weón, estás enfermo?!
-Escúchame bien perra. Hay gente que merece ser quemada. ¡Y tú eres una de ellas!


Me fui del lugar caminando. No hacía falta correr. Ya eran pasadas las 6 de la mañana, y las micros estaban recobrando su afluencia habitual.
Al menos el pisco, cumplió con su promesa. Volé alto.



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